Febrícula: qué es, a qué temperatura empieza y por qué es importante detectarla
Quizás «febrícula» está siendo una de las palabras más pronunciadas durante la pandemia y puede que acabe por entrar a formar parte de nuestro vocabulario habitual. Hemos oído a los expertos citarla una y otra vez como uno de los principales síntomas, en ningún caso el único, que nos pueden hacer sospechar que estamos infectados por el SARS-CoV-2 y padecemos la COVID-19.
Pero ¿qué quiere decir exactamente esta palabra? Según la Real Academia de la Lengua Española, febrícula es «hipertermia prolongada, moderada, por lo común no superior a 38 °C, casi siempre vespertina, de origen infeccioso o nervioso». Es decir, se trata de un estado de elevada temperatura que, sin llegar a ser fiebre, nos indica que algo sucede en nuestro cuerpo.
Según explica Lorenzo Armenteros, médico portavoz de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (Semg), «consideramos febrícula cuando la temperatura corporal se encuentra entre 37ºC y 37,8ºC, siempre tomada en la axila de un adulto». Por lo tanto, la febrícula se podría definir como la temperatura que no excede el límite de 37,8ºC, si bien no hay un acuerdo absoluto sobre cuál es la temperatura normal del cuerpo.
Un estudio publicado hace años en el Journal of American Medical Association halló que la temperatura promedio normal para los adultos es de 36,7ºC y no de 37ºC y reemplazó el límite de fiebre a los 37,7ºC. En el estudio Normal Body Temperature: A Systematic Review, que analiza los resultados de distintas investigaciones sobre la temperatura corporal desde 1935 a 2017, los expertos concluyen que la temperatura corporal media general es de 36,5ºC, inferior a la media general.
Así, la temperatura normal puede variar de los 36,5ºC a los 37,5ºC en un adulto sano. Algunos estudios indican que 36,8ºC es un número más exacto y preciso, y en personas mayores puede ser incluso más bajo. En todo caso, consideraremos que una temperatura algo más alta de lo que solemos tener, puede ser considerada febrícula, «siempre y cuando estemos hablando de una temperatura basal, no condicionada por haber hecho deporte o acabar de tomar el sol», especifica Armenteros.
El portavoz de la Semg aclara también que no es tan importante si la toma de temperatura se hace por la tarde o por la mañana, sino que «lo que cuenta es el valor de la toma, ya que es un dato que nosotros podemos objetivar y evaluar imparcialmente».
La febrícula es síntoma de que algo no va bien en nuestro cuerpo, pero tal como explica Armenteros, «puede tener múltiples causas, como una alteración metabólica u hormonal pasajera -la menstruación-, haber tomado demasiado el sol, etc». «En todo caso», advierte «hoy por hoy conviene que nos tomemos la temperatura si creemos que podemos padecer unas décimas de fiebre».
La razón es que en muchos casos uno de los síntomas básicos de la COVID-19 es la febrícula, aunque no el único ni necesariamente el más frecuente. «Es una pista y como tal nos puede servir para orientarnos hacia los servicios de salud para confirmar el posible contagio», resume.
Pero sobre todo, tal como también especifica Beatriz Torres, también miembro de la Semg, en una entrevista a EuropaPress, la febrícula puede ser una primera alerta para extremar las precauciones en casa respecto a las personas con las que convivimos, ya que «actualmente, gran parte de los contagios se dan dentro de los domicilios».
Torres advierte que «en muchos casos la sintomatología que presenta el paciente es leve e inespecífica pero, sin embargo, puede ocurrir que se produzca el contagio de otro miembro de la familia y que su enfermedad curse con mayor gravedad«. Ambos expertos señalan que con el desconfinamiento, el peligro de contagio se dispara de nuevo y, por lo tanto, el riesgo de introducir el virus de nuevo en los hogares. En consecuencia, detectar a tiempo una febrícula puede ser clave para frenar la extensión de un contagio.
«Es un autodescarte que se hace el paciente y que puede ayudarle a él mismo -ya que cuanto antes se detecta la infección menor es su gravedad, puesto que se puede tratar de manera precoz-, a los que le rodean -al aislarse de ellos- y a los servicios de salud, al evitar que la enfermedad se desarrolle y, por tanto, evitar ocupar camas de hospital e incluso de UCI», resume Armenteros.