Los republicanos están alimentando el extremismo detrás del ataque de Búfalo

El sábado, un adolescente blanco viajó casi 200 millas (unos 320 kilómetros) hasta un barrio negro de Búfalo, en el estado de Nueva York, para matar salvajemente a 10 personas y herir a otras tres en un supermercado. Transmitió en directo su ataque terrorista, como en los últimos años han hecho otros terroristas de extrema derecha antes que él, y dejó escrito un texto. Algunos expertos y periodistas también repitieron la secuencia posterior a otros atentados amplificando alegremente su mensaje y responsabilizando de la tragedia al Gobierno y a las redes sociales. 

Mientras el movimiento conservador siga haciendo suya la propaganda de extrema derecha y difundiéndola, no estaremos más seguros por hablar sin cesar de una mejor regulación para las redes sociales o de la necesidad de financiar y otorgar más poder a los organismos públicos y privados responsables de la «lucha contra el terrorismo». Es un argumento que se ha presentado en muchas ocasiones, pero vale la pena repetirlo.

El texto escrito por el terrorista incluía muchos de los temas clásicos de la extrema derecha. Entre ellos, la idea conspiranoica de la Teoría del Gran Reemplazo, que suele relacionarse con el antisemitismo y sostiene que «la izquierda» apoya las «fronteras abiertas» para reemplazar a los «pueblos originales» con «inmigrantes», inferiores, según esa teoría, y por tanto más fácilmente controlables. 

Las variantes iniciales de esta teoría comenzaron con los primeros populistas de mediados del siglo XIX, pero su versión actual es de la década de los 80, con el crecimiento de la extrema derecha en la Europa de posguerra. Cuando a principios de los 90 empecé a estudiar la extrema derecha, los partidos de derecha radical en Francia (Frente Nacional) y Países Bajos (Partido del Centro) propugnaban teorías similares. En aquella época, estos partidos no llegaban ni al diez por ciento de los votos y vivían al margen de las coaliciones de gobierno y los medios de comunicación gracias al llamado cordón sanitario. 

En la actualidad, estos partidos y sus ideas forman parte de la primera división de la política. En pocos países este crecimiento ha sido tan eficaz y visible como en Estados Unidos, donde los principales representantes de la derecha mayoritaria, como Donald Trump y el presentador de Fox News Tucker Carlson, se han encargado de difundir esta Teoría del Gran Reemplazo con un éxito notable. Según una encuesta publicada pocos días antes del ataque terrorista, la mitad de los republicanos cree en este supuesto complot.

Desde que el 6 de enero de 2021 se produjo el asalto al Capitolio, he tenido varias conversaciones informales en torno a la extrema derecha con personas que trabajan en el Congreso y en otros organismos estatales. Dicen estar de acuerdo en hablar sobre lo que significa esta amenaza, pero en seguida lo reducen todo a la «radicalización en Internet» y a grupos violentos con nombres aterradores como Atomwaffen Division o como Feuerkrieg Division

Son grupos que reciben una atención desproporcionada por parte de los medios de comunicación y de la industria antiterrorista, pero referirse a ellos también es una forma de permanecer dentro de un terreno políticamente seguro. Son tan extremos que para casi todas las élites políticas quedan fuera de los límites, incluso para las de la derecha. Pero también son grupos pequeños y marginales. 

No ocurre lo mismo con la mayor parte de los miembros de la extrema derecha y sus teorías. De hecho, su poder en Washington es ya tan grande que resulta casi imposible encontrar términos aceptables para las dos partes del espectro político. A los republicanos no les gusta que se use «extrema derecha» o «racismo» porque temen que en ese saco entren ideas y organizaciones con las que simpatizan. No es para menos. El Partido Republicano se ha convertido en un partido de extrema derecha que defiende argumentos racistas de manera abierta y velada. Dentro del movimiento «conservador» general, muchas organizaciones han seguido su ejemplo, desde la cadena de noticias por televisión Fox News hasta la ONG conservadora Turning Point USA.

No estoy argumentando que Tucker Carlson sea responsable del atentado terrorista en Búfalo. Pero este terrorista no desarrolló sus ideas racistas él solo. Hay pocos «lobos solitarios» de verdad, si es que existen. Los terroristas de extrema derecha forman parte de una subcultura más amplia, dentro y fuera de Internet, conectada con el movimiento conservador general. Podemos vetar el uso de Twitter a algún otro usuario más, pero estas prohibiciones no servirán de mucho mientras en el Congreso y en Fox News se sigan propagando teorías conspiranoicas similares. Por el mismo motivo, la mayoría de las políticas de prevención y castigo tienen un efecto positivo reducido, si no contraproducente.

Soy un gran admirador del trabajo de mi colega Cynthia Miller-Idriss. Junto a su equipo en Peril, es una de las pocas voces que se han alzado contra un enfoque que reduce a la extrema derecha a un problema policial. Inspirada en medidas tomadas en Alemania, Miller-Idriss defiende la necesidad de adoptar mecanismos no represivos para neutralizar a la extrema derecha, incluyendo algún tipo de «educación cívica». Es una estrategia que podría funcionar en California o en Nueva York, pero sería imposible o hasta ilegal en estados como Florida y Georgia, donde las últimas «leyes anti-CRT» han criminalizado la lucha contra el racismo desde la educación.

Por supuesto que no estoy defendiendo la inacción ante esta amenaza. El Partido Demócrata y el presidente Joe Biden deberían hacer más. «Debemos enfrentarnos y derrotaremos» al extremismo político en auge, a la supremacía blanca y al terrorismo doméstico, según dijo Biden en su discurso de investidura. Un año y medio después, el Partido Republicano sostiene que el asalto al Capitolio fue «diálogo político legítimo» y ataca al sistema democrático y a los derechos humanos en todo el país.

La triste realidad es que la lucha contra la extrema derecha se convertido en un asunto muy partidista en Estados Unidos. Cualquier intento de convertirla en un esfuerzo consensuado significa diluir medidas y limitarlas a los elementos más extremistas. Si Biden y los demócratas quieren luchar de verdad contra la supremacía blanca y contra el racismo institucional deben hacerlo sin los republicanos. El actual Partido Republicano no solo no es parte de la solución, sino que es una gran parte del problema.

Cas Mudde es profesor en la Escuela de asuntos públicos e internacionales de la Universidad de Georgia y especialista en la extrema derecha. Su último libro publicado en España es ‘La ultraderecha hoy’ (Ediciones Paidós).

Traducción de Francisco de Zárate

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