Ignacio Álvarez-Ossorio, experto en Siria: «Rusia está aplicando en Ucrania exactamente las mismas prácticas que en Siria, pero con menos éxito»
La guerra en Siria ha sido para Rusia un campo de entrenamiento. El jefe del Estado mayor de la Defensa ruso, Valery Gerasimov, dijo en 2018 que Siria era el prototipo de «guerra de la nueva generación». Rusia cambió por completo el destino del conflicto y de un Bashar al Asad que parecía condenado a la derrota. En este sentido, el ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigu, dijo que el despliegue «fortaleció el prestigio de Rusia, fortaleció su influencia internacional y neutralizó los intentos de competidores geopolíticos de intentar aislar política y diplomáticamente a Rusia». En la invasión de Ucrania, Rusia ha intentado repetir las mismas tácticas y objetivos, pero con diferente resultado.
«Veo muchos paralelismos, como los bombardeos indiscriminados para vencer la resistencia. También la cuestión de las negociaciones de paz. Rusia desde un primer momento dijo que apoyaba unas negociaciones que más bien eran un intento de rendición, que es lo único que han hecho con los rebeldes en Siria. Lo que llaman la zona de desescalada no es nada menos que la rendición de los rebeldes después de los ataques indiscriminados», sostiene Ignacio Álvarez-Ossorio, autor de ‘Siria, la década negra (2011-2021)’ y director del Grupo de Investigación Complutense sobre Magreb y Oriente Medio.
«Hay otro paralelismo y es que van contra los objetivos civiles. Se ceban mucho con los propios corredores humanitarios que ellos mismos han acordado, así como con escuelas, hospitales… Están aplicando exactamente las mismas prácticas, pero obviamente con bastante menos éxito, en parte gracias a la ayuda de la comunidad internacional», señala el experto.
En Siria, los hospitales se convirtieron en objetivo militar. En mayo de 2019, en tan solo 12 horas, Rusia bombardeó cuatro hospitales. Los cuatro estaban en una lista de la ONU, que compartía sus coordenadas con las partes en conflicto para evitar que fuera atacados. En Ucrania, el pasado 9 de marzo, aviones de combate rusos bombardearon un hospital materno-infantil en Mariúpol. Desde entonces, se han repetido ataques contra hospitales y personal médico, como denuncia la Organización Mundial de la Salud.
Unas horas antes del ataque, las autoridades rusas afirmaban que el hospital de Mariúpol había sido evacuado y tomado por las fuerzas de combate ucranianas. Sin embargo, después del bombardeo, las imágenes de mujeres embarazadas heridas dieron la vuelta al mundo, pero Rusia tenía una explicación: eran actrices. Semanas después del ataque al hospital, un bloguero prorruso publicó una entrevista con una de las mujeres que salía en aquellas imágenes, intentando poner en cuestión la versión de los periodistas de AP que habían documentado el suceso. Hasta el 11 de mayo, la OMS confirmó ataques contra 211 centros sanitarios.
En Siria, el 7 de abril de 2018 se produjo un supuesto ataque químico en Douma, en zona rebelde. En su informe final, publicado un año después, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) concluyó que había «bases razonables del uso de un químico tóxico como arma. Este químico tóxico contenía cloro reactivo». Pero la versión rusa era bien diferente: todo era un montaje. «Hemos encontrado a aquellos que participaron en la grabación del falso vídeo, que finalmente se presentó como ‘prueba’ del ataque químico», declaró el representante ruso ante la OPAQ, Aleksandr Shulgin. El ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, dijo que se trataba de una operación dirigida por los servicios secretos de un país extranjero.
No era la primera vez que la OPAQ confirmaba el uso de armas químicas en Siria –aunque no señaló a los responsables–, ya lo hizo también en 2017, cuando detectó gas sarín en un ataque contra la zona rebelde de Khan Sheikhun. Entonces Rusia criticó el informe como poco profesional, parcial y denunció «motivaciones políticas».
El grupo de rescate conocido como los Cascos Blancos, a quien Rusia acusa de preparar montajes, publicó un vídeo que supuestamente mostraba a las víctimas del ataque en Douma a su llegada al hospital. En aquellas imágenes salía Hasan Diab, un niño que, al igual que en el caso de Mariúpol, días después fue entrevistado por un periodista ruso. El niño y el padre cuentan en la entrevista que no sabían lo que estaba pasando, que les empezaron a echar agua por encima y que después les dieron galletas y dátiles.
El periodista aseguró que los militares rusos no le habían puesto en contacto con el menor, sino que fue a través de un médico del hospital local. Respecto a los tres hombres uniformados que se pueden ver al inicio del vídeo, el periodista aseguró que estaban solo de paso hacia una cafetería cercana. Posteriormente, una información de The Intercept confirmó que el vídeo fue grabado en una base del Ejército sirio utilizada también por militares rusos. Aun así, el vídeo fue utilizado por los diplomáticos rusos para reforzar la teoría del montaje.
«Hasta que aquí no han visto que las estrategias de desinformación eran una amenaza para la propia seguridad europea, no han tomado cartas en el asunto», señala Álvarez-Ossorio. «El caso sirio estaba más lejos y no se percibía esa amenaza. Quizá en Europa han tomado cartas en el asunto sabiendo también lo que había pasado en Siria y sabiendo hasta dónde podían llegar. En Siria algunos tragaron y mordieron el anzuelo, pero en el caso de Ucrania esta estrategia no ha funcionado tan bien». «Lo sorprendente también es que Rusia sigue apostando exactamente por las mismas estrategias».
«La UE ha reaccionado de manera más rápida y contundente en Ucrania que en Siria, donde prefirió mirar a otro lado, prestando una ayuda simbólica a los rebeldes, sobre todo política, pero rechazando por completo prestar ayuda militar, como el envío de armas capaces para afrontar el desafío ruso y, sobre todo, misiles tierra-aire que siempre pidieron y que nunca les mandaron», sostiene el experto. «Rusia no se esperaba una reacción tan contundente y rápida de la UE».
Las autoridades rusas también han vinculado públicamente los casos de Siria y Ucrania como ejemplos de desinformación y propaganda rusófoba. Tras su retirada de Bucha, las calles de la ciudad quedaron llenas de cadáveres abandonados. Rusia alegó, una vez más, que era un montaje y que aquellas personas habían sido asesinadas por ucranianos en un ataque de falsa bandera tras la retirada rusa. Sin embargo, imágenes satelitales previas a la salida de la ciudad muestran que ya había muertos tirados en las calles.
«Nacionalistas ucranianos se han centrado en provocaciones y desinformación y han fabricado episodios con el objetivo de acusar a Rusia de crímenes de guerra. Hace unos años vimos en Siria puestas en escena similares», dijo entonces Maria Zakharova, portavoz del Ministerio Exteriores ruso. El representante permanente adjunto de Rusia en la ONU, Dmitry Polyansky, fue en la misma línea: «La fábrica de fake news de Occidente y Ucrania ha entrado en un nuevo nivel y ha hecho fabricaciones y puestas en escena en la línea de los infames Cascos Blancos sirio-británicos».
El asedio a Mariúpol, donde los rusos cortaron el acceso al agua, la electricidad y alimentos, también ha sido comparado con el asedio de las fuerzas progubernamentales a ciudades sirias rebeldes. «Nos asombra realmente la cantidad de similitudes», dijo el director de Amnistía para Europa y Asia Central, Daniel Balson.