Boxeo, matemáticas y más seguridad: la vida de tres menores migrantes un año después de llegar a Ceuta
El 17 de mayo de 2021, Ceuta amaneció con lo que parecía haber sido, durante la noche, «otra entrada más» de varias decenas de ciudadanos marroquíes que habían logrado bordear el espigón marítimo fronterizo norte de la ciudad. El que separa el pueblo marroquí de Beliones de la barriada de Benzú, la más alejada, a nueve kilómetros del centro de la localidad española. Solo la Guardia Civil y los voluntarios de la Cruz Roja movilizados percibieron que aquello «no era lo mismo». La ciclotímica cooperación de las Fuerzas de Seguridad del país vecino había tocado fondo y sus agentes simplemente no hacían nada, ni allí ni mucho menos para frenar la estampida que, en pocas horas, se desató al otro lado del perímetro, en la playa del Tarajal.
«Empezaron pasando a nado y, conforme fue bajando la marea, ya lo podían hacer a pie por decenas, cientos, miles», recuerda el portavoz del PP en la Asamblea de Ceuta, el sociólogo Carlos Rontomé, que anocheció en un gabinete de crisis conectado con la Delegación del Gobierno y los mandos de la Policía Nacional y la Guardia Civil. «Nos dijeron que estaban entrando 90 personas por minuto, eso fue lo que más me impactó», confiesa la titular de Hacienda del Ejecutivo local, Kissy Chandiramani.
Entre aquella multitud, tres menores de entre 15 y 17 años: Ahmed*, que sueña con vivir del boxeo; Mustafa*, que ahora estudia Comercio con Cruz Roja aunque lo que le atrae es la cocina; y Farid*, que está dedicado a las matemáticas. Uno ya había huido de su padre drogodependiente y maltratador; otro no veía más futuro que el hambre en su casa y el tercero había llegado a la misma conclusión tras el cierre de la frontera que mantenía a su familia hasta marzo de 2020, cuando quedó clausurada hasta este martes, que ha empezado a abrirse «gradualmente».
No formaron parte de ningún plan oficial. Se dejaron llevar solos, con amigos o familiares: «Mi tío me llamó y me dijo ‘la frontera está abierta'», rememora Mustafa, nacido en la ciudad española y residente en Castillejos, la ciudad marroquí que creció de manera explosiva este siglo alimentada por la actividad transfronteriza. Se lanzó al mar a «buscar la vida» en Ceuta, donde los primeros días se encontró en medio de una muchedumbre de niños en las naves que antes albergaban los bultos con cuyo trasiego sobrevivía su familia hasta que cerró el paso.
El atlético y madridista Ahmed se «alegra mucho» de haber llegado a Ceuta. Ya lo había intentado otra vez y este verano cumplirá los 18. Conserva el vídeo que se grabó a sí mismo rodeado de amigos nadando junto al espigón del Tarajal. Oriundo de la cercana metrópoli de Tetuán, tenía amigos y conocidos en Ceuta con los que ha vivido parte de los últimos 12 meses, hasta que entró en los alojamientos en Piniers y, ahora, en el Centro de Realojo Temporal de La Esperanza, donde convive con sus dos amigos y otros 143 chicos, menos que nunca en los últimos 10 años.
Según las estadísticas oficiales a las que ha tenido elDiario.es, entre el 17 y el 19 de mayo de 2021 entraron en Ceuta un total de 12.500 migrantes, la inmensa mayoría marroquíes, y de ellos más de un 10% eran menores. La mitad ya había regresado a su país antes de que terminase la crisis fronteriza, migratoria y después humanitaria.
«Me gusta mucho Ceuta, la gente me ha tratado bien, aunque hay niños que hacen muchas cosas malas», dice Ahmed sobre su año en la ciudad, donde solo ha tenido que pasar «una noche» en la calle y ahora se ilusiona con hacer «una fiesta pequeñita» para celebrar su primera titulación académica en España, un curso de Mantenimiento de la Fundación SAMU. Farid tiene 16 años recién cumplidos y dice que se alegra «mucho» de haber venido. Mantiene contacto frecuente con su familia, que le anima a «estudiar y portarse bien».
Al margen de ellos -unos 200 menores migrantes no acompañados en total-, hoy no queda casi nadie de los de entonces si no se cuenta a quienes simplemente recuperaron su vida. Unas 10.000 personas retornaron voluntariamente a Marruecos y menos de 400 han sido devueltas de forma forzada. Más de 2.500 han logrado cruzar el Estrecho como solicitantes de asilo con peticiones admitidas a trámite aunque fuera por silencio administrativo, la vía que halló el Estado para aliviar sin estridencias la presión sobre Ceuta, donde se han retirado más de 500 asentamientos de costas y bosques.
La factura de la crisis, sobre todo en alojamiento y atención a adultos y niños desamparados, ha sido cifrada en «unos 20 millones de euros» por la Ciudad, que una vez restablecida la normalidad material espera ahora restañar la «confianza». Entre los ceutíes primero, que vieron más presente que nunca la siempre temida amenaza anexionista y empezaron a vender patrimonio inmobiliario. Después, para seguir atrayendo inversores como los del pujante sector tecnológico, sobre todo del juego en línea, que ha radicado más de 30 empresas en dos años con la creación de 350 empleos.
Mustafa ha conocido todos los puntos habilitados de emergencia para menores en este año: primero, las naves industriales del Tarajal, un «caos» hasta que la Fiscalía exigió mejores condiciones de acogida. Después, el polideportivo Santa Amelia. A continuación, los módulos prefabricados de Piniers. Desde noviembre, ‘La Esperanza’. «Aquí mejor», dice Mustafa, sin importarle que tiene que desplazarse cada tarde hasta el IES Luis de Camoens, el único instituto del centro de la ciudad: «Lo primero es estudiar», dice. Tiene un tío y al hermano con el que entró en Ceuta en Madrid. «Allí me esperan y allí quiero ir», dice. También es el destino con el que sueña Ahmed, en su caso para vivir de boxear o entrenar. «Es lo que quiero: buscar una vida buena y encontrar las cosas que necesito», dice.
La administración local, que ahora tutela a 291 jóvenes, calcula que «unos 200» son «de mayo». Un total de 55 niños no acompañados fueron repatriados ilegalmente, como ha sentenciado una jueza local en un veredicto recurrido por el Estado, cuya Fiscalía aún no ha decidido si intentará procesar a la delegada del Gobierno por prevaricación. Las Comunidades Autónomas más sensibles han aceptado a decenas con gravísimas vulnerabilidades de todo tipo, a través de las gestiones del Área de Menores local en coordinación con el Ministerio de Derechos Sociales.
A Farid se le enciende la cara especulando sobre su porvenir: «Ahora hago deporte por la mañana y algunos días voy a nadar, a la playa porque la piscina cuesta dinero, aunque me gustaría, y por la tarde estudio… El director [de La Esperanza] nos ha dicho que el año que viene iremos a clase con chavales de aquí… Me gustaría mucho…», dice sobre el devenir de un proceso de escolarización que insertó a los chavales en institutos en grupos segregados con la promesa del Ministerio de una inclusión real que todavía no se ha materializado.
Más adelante, le gustaría ir a la universidad y estudiar «matemáticas». «Me gustaría ser profesor porque los números son fáciles para mí», remarca con una sonrisa y un castellano más que correcto. «Querría ir a Madrid o Bilbao… O a Asturias, hay muchos bosques», dice, pensando en el otro lado del Estrecho. También le gusta la ciudad. «Me gusta mucho Ceuta, lo malo es que no haya forma de entrar con papeles», lamenta sobre falta de vías legales y seguras para prosperar desde su punto de partida.
* Nombres ficticios.