Las huelgas que vencieron a Franco
Que el 16 de mayo de 1962, José Solís Ruiz, ministro secretario general del Movimiento y delegado nacional de sindicatos, negociase con los huelguistas de las minas asturianas, fue algo sin precedentes. Nunca el franquismo se sentó a negociar acuerdos con la oposición al régimen, solo aquel día en Oviedo. Todo ello, con una materia prima fundamental en aquellos momentos, el carbón, sin la que no podía funcionar la economía española, a pesar de haber salido ya de la autarquía.
El 7 de abril de 1962, en Mieres, había comenzado una huelga un grupo de picadores del Pozo Nicolasa, que se había extendido al resto de minas asturianas y de otras zonas del país, así como a otros sectores productivos y sociales. Una huelgona, que tuvo su importancia, no por ser las primeras, sino por ser las que más repercusión estatal e internacional tuvieron. Con cientos de miles de trabajadores en paro y la declaración del estado de excepción en varias provincias. Huelga por conseguir mejoras salariales, de condiciones de trabajo y salud. En unas minas asturianas donde vencedores y vencidos de la Guerra Civil trabajaban juntos, con los mismos salarios de miseria, silicosis, accidentes… En un momento en que las huelgas que se convertían en políticas al ser una acción ilegal, en un intento del estado de negar la existencia misma de la lucha de clases. Incluso la participación en las huelgas era juzgada militarmente, no sería hasta 1963 cuando se crease el Tribunal de Orden Público, para sustituir a la jurisdicción militar. La represión no se hizo esperar, con detenciones, despidos, destierros y torturas, pero eso no paró la movilización, que se extendió a otras zonas y sectores, animados por el deseo de mejoras. Con una gran repercusión internacional, con movilizaciones de apoyo por todo el mundo y cobertura de la prensa extranjera.
En el sostenimiento de la movilización fueron fundamentales los sectores progresistas de la Iglesia, junto a comerciantes de las cuencas mineras e incluso de personas afines al régimen, para dar apoyo a la subsistencia de miles de familias en más de dos meses de movilización continua. También resaltar que, frente al sectarismo anticomunista del PSOE en el exterior, en los pozos y minas, los socialistas también se sumaban a la huelga por ser un movimiento imparable. Aquella primavera cantar el Asturias Patria Querida, se volvió un himno subversivo, por el que podías ser detenido, como muy bien contaba Manuel Vázquez Montalbán. En 1962 se incorporó a la lucha una nueva generación que sin ser antifranquista lo acabó siendo por la respuesta represiva del régimen a la movilización. Importante fue el apoyo de cientos de intelectuales, tanto en España como en el extranjero. El mismo Ramón Menéndez Pidal, encabeza la petición de libertad de huelga e información, enviada un 6 de mayo de 1962, al aún catedrático Manuel Fraga Iribarne, cartas manifiesto secundadas por intelectuales de la izquierda pero también de la derecha moderada.
La oleada huelguista de la primavera de 1962 fue la oportunidad para plantear la situación de los trabajadores y trabajadoras, volviendo a colocar al movimiento obrero en el centro de la cuestión y buscar la unidad del conjunto de las fuerzas de oposición. La propia Pasionaria en Radio España Independiente, la Pirenaica, haría crónica el 11 de mayo de lo que estaba pasando en España y de su importancia. El PCE lanzaría la consigna ‘Asturias marca el camino’, que volvería a poner en valor el mito de los obreros asturianos y en especial sus mineros, forjado a lo largo del S.XX y en especial en la Revolución de 1934. Chicho Sánchez Ferlosio cantaría Hay Una luz en Asturias, Picasso pintaría su puño con candil y Rafael Alberti escribiría su: Viva la Dinamita. Pintores y artistas plasmarán aquella lucha que se produjo en una España negra de carbón y censura, donde la prensa internacional contaba lo que aquí no se podía.
No se podrían entender estas huelgas sin el papel de las mujeres. Como en toda la lucha antifranquistas, las mujeres eran parte fundamental, sosteniendo las familias y organización, realizando las tareas de la propaganda clandestina… pero este papel de apoyo dio un paso más en aquellas semanas, con piquetes de mujeres que se enfrentaban a los esquiroles en las entradas de los centros de trabajo, que lanzaban maíz a los que querían volver al tajo. La situación era tan extrema, que se requiere combinar la huelga total con paros por turnos, que paraban igualmente la producción de carbón, huelgas de brazos caídos… A las huelgas mineras de 1962 se les llamó las huelgas del silencio. Porque uno de los métodos empleados era que ,al entrar en la casa de aseos, donde se tenían que cambiar de ropa, los trabajadores se quedan callados, sentados sin cambiarse ni entrar a trabajar. Paralizando el centro de trabajo, dificultando inicialmente, a la empresa y policía, la detención de los instigadores.
Pero volvamos a aquel 16 de mayo de hace 60 años, con todo un superministro conocido como «la sonrisa del Régimen» reuniéndose con los representantes de los huelguistas. Representantes de las comisiones de obreros de los pozos, estas movilizaciones fueron fundamentales para las Comisiones Obreras, en el desarrollo de este movimiento sociopolítico, que acabaría convirtiéndose en el principal quebradero de cabeza de la Dictadura y el primer sindicato de España hasta la actualidad. El ministro se reunió con la delegación de los huelguistas en la sede provincial del Sindicato Vertical. Algo único e irrepetible. Incluso se cuenta la anécdota de cómo los huelguistas, al tener que pasar a limpio sus peticiones, hicieron esperar al ministro, que ni aun así perdió su sonrisa. Franco lo había mandado a solucionar el conflicto y que el carbón volviese a ser extraído y así fue. Y para ello, tuvo que aceptar las peticiones planteadas, que incluso llegaron a tener que ser publicadas en el Boletín Oficial del Estado. Mejoras salariales, laborales…
Es importante resaltar algo que no es baladí. Unos huelguistas, personas de izquierdas y por tanto, antifranquistas convencidos. Gente joven en muchos casos, que no habían vivido la Guerra Civil pero sí la larga posguerra, la sobreexplotación y falta de libertades, se reunieron con un representante de su enemigo, Franco, y negociaron. Llegando a acuerdos y nadie les tildó por ello de traidores ni vendidos. Eran trabajadores defendiendo la mejoras de las condiciones laborales y salarios, en representación del conjunto de sus compañeros, eran líderes obreros en un momento histórico, donde eso no se decidía en unas primarias, se decidía en el día a día del centro de trabajo y conllevaba riesgos, represión , pero también el respeto del mundo del trabajo.
La primera oleada huelguista de 1962 acabaría en junio, tras los acuerdos con el Estado, pero con el resquemor por los incumplimientos. Los salarios aumentaron muchísimo, pero seguía habiendo cuestiones pendientes, a lo que se unía los presos, despedidos y, en especial, los desterrados. Mineros detenidos y repartidos en pequeños grupos fuera de Asturias, para alejarlos de sus centros de trabajo y agitación. Las Huelgas volverían en el otoño, nunca más la Dictadura se sentaría a negociar, pero la movilización continuó año a año, reforzando el papel del movimiento obrero como parte fundamental de la lucha contra la Dictadura y la conquista de las libertades. Como muy bien nos recuerda Nicolás Sartorius, joven agitador que sería detenido en Asturias en mayo de 1962: «El 20-N Franco falleció en la cama pero su dictadura murió en la calle».