Salvar al planeta y salvarnos con él
El planeta se está calentando. El calentamiento y la alteración del sistema climático está provocado por la acción de la humanidad. El cambio climático, de hecho, ya ha alterado los sistemas naturales y humanos. Todas estas afirmaciones son hechos demostrados por la ciencia, donde destaca el Grupo Internacional de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC), también conocido por sus siglas en inglés, IPCC. Creado en 1988 en el seno de las Naciones Unidas, el GIEC evalúa los efectos e impactos del cambio climático basándose en los datos científicos disponibles.
A finales de febrero, el Grupo de Trabajo II – dedicado a los impactos, la vulnerabilidad y la adaptación, publicó su contribución al informe del IPCC, cuya versión final se hará pública a finales de 2022. Su conclusión es que la evidencia científica es inequívoca: el cambio climático es una amenaza para el bienestar humano y para la salud del planeta. Un hecho que se suma a los mencionados anteriormente y que ratifica, a su vez, otros como que los cambios del clima han causado “impactos en los sistemas naturales y humanos en todos los continentes y en los océanos”.
El aluvión de conclusiones científicas devastadoras no para de crecer. Los expertos han analizado si los fenómenos meteorológicos y climáticos extremos son atribuibles al cambio climático. Y la respuesta a esta cuestión ha hecho subir el nivel de alarma en este informe: los incendios forestales que arrasaron más de 24 millones de hectáreas en Australia hace un par de años; la gran sequía de Somalia en 2017, la peor de los últimos 60 años; o la ola de calor en el oeste de América del Norte en 2021, que dejó temperaturas en Canadá de hasta 49,6ºC; son fenómenos que han ocurrido debido al nuevo clima. Es más, los expertos indican que la probabilidad de que hubiesen ocurrido habría sido menor de no ser por el cambio climático, o incluso no habrían tenido lugar en absoluto.
El informe apunta también a que el cambio climático ha causado daños sustanciales y pérdidas irreversibles en los ecosistemas terrestres, de agua dulce, costeros y de alta mar. Además, más de 3 millones de personas viven en contextos altamente vulnerables al cambio climático, que se ve exacerbado por las desigualdades entre y dentro de las distintas regiones. Los expertos avisan que, a medio y largo plazo, el cambio climático provocará numerosos riesgos para los sistemas naturales y humanos. No obstante, su magnitud y ritmo dependerán de las acciones de mitigación y adaptación que se implementen en el corto plazo. Aun así, alertan de que los impactos son cada vez más complejos y difíciles de gestionar, debido a que estos fenómenos extremos interactúan entre si y se extienden en cascada por distintos sectores y regiones.
La buena noticia es que no todo está perdido todavía. La mala es que nos estamos quedando sin tiempo. El informe no deja lugar a dudas: tenemos que superar las limitaciones financieras y de gobernanza y atajar el problema que supone el cambio climático para nuestros sistemas naturales y humanos. Las acciones que pongamos en marcha ahora serán clave para evitar una mayor pérdida de biodiversidad, un empeoramiento de la seguridad alimentaria y nutricional y un aumento de los riesgos para infraestructuras claves. Además, evitarán muertes prematuras causadas por el cambio climático, que según la ONU es ya responsable de una de cada cuatro.
La Unión Europea, teniendo como estandarte el Pacto Verde Europeo, lidera el trabajo a nivel global para evitar que la situación climática de nuestro planeta empeore todavía más. Por eso, el año pasado el Parlamento Europeo respaldó mi propuesta dentro de la Estrategia de la UE sobre Biodiversidad de aquí a 2030 para exigir que la UE cuente con una Ley Europea de Biodiversidad. El objetivo, naturalmente, es garantizar que antes de 2050 los ecosistemas se hayan recuperado, sean resilientes y estén adecuadamente protegidos. Este punto cobra especial relevancia si tenemos en cuenta que el informe del IPCC señala que menos del 15% de la tierra, 21% del agua dulce, y el 8% de los océanos son áreas protegidas.
Por otra parte, con la Ley Europea del Clima, la UE se ha comprometido a reducir al menos un 55% las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 con respecto a los niveles de 1990. Este será el primer hito en la meta fijada para 2050 que pasa por convertirnos en el primer continente climáticamente neutro. Además de estas medidas, la UE también se ha preocupado de aprobar en 2021 su Estrategia sobre adaptación al cambio climático ya que resulta imperativo prepararse para los efectos inevitables a los que Europa se está enfrentando y se va a enfrentar en los próximos años. Por último, me gustaría recordar la acción exterior de la UE. Europa lidera también el apoyo a terceros países a través de distintos programas y acciones, entre las que destaca su compromiso de aportar 100 millones de euros – la mayor aportación, al Fondo de Adaptación de las Naciones Unidas para países en vías de desarrollo vulnerables al impacto del cambio climático.
El tiempo apremia y el coste de no tomar medidas lo pagaremos todos. Necesitamos más ambición en nuestras políticas, incluyendo de forma transversal la lucha contra el cambio climático en todos los sectores. Es necesaria la colaboración y acción conjunta de los gobiernos, el sector privado y la sociedad civil, y abogar por la cooperación internacional para hacer frente a los retos a los que nos enfrentamos.
La transición ecológica no puede esperar más. Y el informe del IPCC es una muestra más de que, si no actuamos ahora, pronto será muy tarde.