Unos soldados de plástico de Comansi, protegidos como patrimonio histórico

Un puñado de figuras Comansi de los años setenta acaban de llegar al Museo Nacional del Traje. Han llegado metidas en una caja: hay un soldado de color azul con los brazos levantados que sujeta un rifle con la mano izquierda. Otro es de color gris oscuro y lleva una bandera con ambas manos. Uno marrón con una ametralladora apuntando hacia su lado derecho. Un soldado medieval de color rojo lleva una lanza con las dos manos. También aparece un caballo de color negro al trote y la silla de montar es roja. Y el indio, con el brazo izquierdo extendido levanta un arma y el derecho lo tiene flexionado, en jarras. Incluso hay una que apoya su pierna en un taburete y parece tocar una guitarra. Por ahí aparece un torero arrodillado y los brazos extendidos, como pidiendo clemencia. También está el toro. En total son 85 y desde el momento en el que la institución aceptó esta donación de un particular se convirtieron en un Bien de Interés Cultural (BIC), o sea que están protegidos como patrimonio histórico y cultural con la máxima categoría. 

Los Comansi son el juguete de la Transición, baratos, maltrechos y de plástico. El país estaba a un paso del hiperrealismo y la adoración de modelos. En los setenta se adoraba tipos, ideas. «Abstracciones», dice el escritor Javier Pérez Andújar al otro lado del teléfono. Como experto en la historia cultural contemporánea y los símbolos de la cotidianidad explica que la clave está en la nula intención realista que tenían estas figuras «industrializadas» con las que jugaba la clase obrera. «El realismo fue la perdición. Lo importante era la abstracción, la credibilidad y la imaginación. El realismo es de pijos», dice el autor de la novela El año del búfalo (Anagrama). A sus ojos el paso al realismo fue un paso en falso en la industria juguetera, que se aburguesó con ese nuevo gusto en el que el prototipo dejó de interesar para adorar al modelo: ya no interesaba un indio, sino la figura de Luke Skywalker de Star Wars

España cambió tanto en el tránsito de los setenta a los ochenta, que ni siquiera en la empresa Comansi, en funcionamiento en l’Hospitalet de Llobregat, quieren hablar de aquellos tiempos. «Ya no queda gente de aquella época en la empresa. Como dice el dicho, hay que renovarse o morir y eso es lo que hemos hecho en los últimos años», comenta de pasada en un correo electrónico lacónico Fernando Falgas, «General Manager» de Comansi. La empresa tiene siete empleados en oficina y contrata la producción y logística. Ahora se dedica al hiperrealismo: tiene muñecos de Peppa Pig, de jugadores del Barça y del Espanyol, de Pocoyó, de los Looney Tunes… El mensaje de Falgas lleva su firma sobre el logotipo de la empresa, que dice: «Juguete Completo-Juguete Comansi». La renovación era lo de siempre. 

El museo ha valorado la donación del conjunto de figuras Comansi en algo más de 700 euros. En 2021 aceptaron casi 670 piezas valoradas en más de 110.000 euros. En la lista encontramos objetos de todo tipo, desde vestidos y trajes a fotos y revistas de moda, carteles, una máquina de coser con pedal y mesa marca Singer o máquinas de afeitar Philishave y Braum. En 2018 aceptaron un álbum de cromos de la liga de 1967-68, la del Real Madrid de Gento, Pirri y Amancio. Aquel año el Barcelona derrotó a los blancos en la Copa del Generalísimo. La Copa del Rey heredaría esa competición. Ese álbum también es un BIC.

Las variopintas colecciones del Museo del Traje obedecen al apellido del mismo: Centro de Investigación del Patrimonio Etnológico. Estas colecciones son únicas en España, están destinadas a recuperar y preservar la memoria colectiva de la sociedad a partir de bienes que forman parte de la vida cotidiana. Recopilan la historia cultural de los antiguos españoles para contextualizar su colección de indumentaria y construir una narrativa que va mucho más allá de un recorrido por la moda del momento. 

«Podemos contar muchas más cosas y deshacernos de la pátina frívola de algunas exposiciones de indumentaria. Esto no es solo escaparate, nuestras colecciones son un documento humano y social muy rico». Quien habla es Paula Ramírez, subdirectora del Museo del Traje. Acabamos de preguntarle por la profunda reorganización de las salas de la institución. Después de muchos meses de cierre se ha hecho un «cambio integral», dice Ramírez que apunta que en la nueva narrativa han contextualizado «mucho más». 

Contextualizar es restar poder a la imaginación arbitraria para sumar información. Es la principal labor del conservador de museos: explicar qué es lo que hay del marco hacia afuera, lo que el objeto expuesto esconde. El contexto dirige la mirada, la lleva por donde se quiere para que entienda lo que se desea. El contexto hace posible lo impensable. Una colección de figuras de plástico de Comansi junto a la indumentaria de los setenta es contexto, reconstrucción y relato. Una vitrina compuesta con frascos de perfumes, tarros de cremas, utensilios para la belleza, también. Lo mismo sucede con la extraordinaria sección de carteles de publicidad en la sala dedicada a la vestimenta de los años «hacia una industria del ocio». En las vitrinas han incluido un fantástico modelo de una cámara fotográfica Voigtländer & Sohn, de 1900. La atención por la construcción de la imagen es algo que interesa mucho en la nueva presentación. 

Y la dirección de este museo estatal no ha evitado temas espinosos. En la escena recreada en la vitrina dedicada al «tiempo de guerra» se presenta a una pareja falangista. El maniquí de ella porta un ceñido vestido negro y sombrero, y él un traje blanco con un brazalete negro con el escudo falangista cosido en rojo. «La uniformidad de la indumentaria y el uso recurrente de simbología son comunes a los principios totalitarios de ambos extremos ideológicos, que hacen un uso consciente del significado de la indumentaria», puede leerse en la cartela explicativa. «Queremos crear debate, proponer temas relevantes, ofrecer puntos de vista y abrir cuestiones», asegura valiente Paula Ramírez. En 2021 han adquirido un modelo del Seat 600, «el coche que cambió un país entero», que ya había utilizado estos años como cesión para ilustrar los años sesenta y setenta. El Ministerio de Cultura no ha sido capaz de informar a este periódico sobre el precio de la compra del automóvil, ni de la inversión anual en adquisiciones. 

El Museo Nacional del Traje ha recibido otra donación de suma importancia: el armario de Carmen Alborch (1947-2018), exministra de Cultura con Felipe González, concejala de Valencia, Senadora y Diputada. Es la segunda parte del repertorio que ha entregado la familia al museo, y la nueva entrega ha sido valorada en 12.250 euros. La pieza más cara es un abrigo de lana blanco, con capucha, de Francis Montesinos (2.000 euros), que es el diseñador de la mayoría de su indumentaria (con vestidos, blusones, faldas, camisas, americanas, etc).

«La trascendencia de su imagen iba más allá de lo personal, representaba a nuestro país y su modernidad. Imágenes que forman ya parte de la historia de la moda y de España», escribe Francis Montesinos en el catálogo de la exposición que el Centre del Carme Cultura Contemporània dedica en estos momentos a Alborch. «Ella, Carmen, ya dibujaba una imagen propia, no solo era la ropa, emanaba modernidad y cosmopolitismo, se diría que tenía un lenguaje corporal diferente, agradecido, atrayente, y todo eso culminaba con una sonrisa especial», añade Montesinos sobre los años en los que coincidieron en la Valencia de los setenta y ochenta, años de galerías, cinefórums, librerías y «reuniones secretas». 

Esos vestidos son la imagen de los años de transgresión y alegría, que anhelaban libertad y futuro. «Es una donación muy importante. La primera entrega contenía ropa de otros diseñadores, internacionales y vanguardistas también», sostiene Paula Ramírez. Todavía no están expuestas porque tienen que pasar el protocolo de restauración: las prendas pasan una cuarentena en una sala de tránsito donde los restauradores se aseguran de que no se cuela ningún parásito que pueda acabar con la tela. A todas se les hace un microaspirado para hacer desaparecer los «bichos» y en algún caso un tratamiento de desinsectación por anoxia (se elimina el oxígeno para que mueran). Al vestido de novia de doña Pilar de Borbón y Borbón —diseñado por Isaura, en 1967, y valorado en 6.000 euros—, que ha sido donado su familia, también lo han aspirado para eliminar cualquier parásito. 

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