La yihad de Macarena Olona

Los yihadistas que predican la guerra santa contra Occidente aspiran a que una reacción violenta a sus atentados indiscriminados acabe por confirmar a las masas que sus enemigos sienten odio por el islam. Así tendrán la oportunidad de anunciarles que sólo queda Al Qaeda –o ISIS o el grupo que sea– a la hora de defender los derechos de su comunidad. Los demás son unos traidores y cómplices del enemigo o simplemente unos cobardes que no tienen lo que hay que tener.

En la política española es Vox quien cumple con ese papel y en el Congreso nadie lo interpreta con más agresividad que Macarena Olona, a punto de hacer las maletas porque su partido la ha elegido como candidata a las elecciones andaluzas con la esperanza de que sea la vicepresidenta de un Gobierno de coalición presidido por Juan Manuel Moreno Bonilla. Su técnica parlamentaria oscila entre el desprecio y la amenaza. Lo primero es lo que siente por sus rivales, enemigos de la fe verdadera que deberían ser expulsados (es decir, ilegalizados) de la patria. La lista de ellos no es corta.

Lo segundo forma parte de su repertorio habitual en los discursos. Amenaza con querellas de todos los tamaños posibles. Su porcentaje de acierto en los tribunales no es muy alto, pero ha conseguido algunos éxitos notables, como la sentencia sobre el estado de sitio en el Tribunal Constitucional, donde es cierto que jugaba en casa.

El pleno del jueves incluyó la formación de la Comisión de Secretos Oficiales, cuya votación salió adelante gracias a la decisión de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, de reducir de tres quintos a mayoría absoluta el número mínimo de votos. Eso era factible, porque ese límite de tres quintos procedía de una decisión anterior de otro presidente de la Cámara. No aparece tallado en piedra en la Constitución ni en el reglamento del Congreso.

El remedio era tan sencillo que hay que preguntarse por qué esa comisión no se ha formado desde abril de 2019. No había mucho interés en Moncloa. En la elección de sus integrantes, salieron los portavoces de los grupos parlamentarios, incluidos los de ERC, EH Bildu, Grupo Plural y Grupo Mixto, siendo los representantes de Junts y la CUP los elegidos por estos dos últimos.

Eso hizo que Olona entrara en combustión en su discurso. Pegando gritos como si estuviera en una despedida de soltera, acusó a Batet de estar convirtiendo al Congreso en una casa de putas: «Es por lo que tenemos aquí a la Dolores Delgado del Congreso, su presidenta, que no pierde oportunidad de prostituir esta Cámara».

Es habitual entre los fanáticos religiosos que utilicen como metáfora el burdel o cualquier lugar en el que se comercia con sexo para definir los lugares que desprecian. La propia democracia liberal suele ser objetivo de estos ataques cuando apuntan más alto.

La diputada por Granada de 42 años dio más ejemplos del supuesto putiferio parlamentario causado por Batet, como la votación de la reforma laboral «hurtada a través de un fraude procesal», sólo porque el diputado Casero no supo diferenciar entre el ‘sí’ y el ‘no’ en una votación telemática afectado por una gastroenteritis de largo espectro. Sobre la votación para la comisión de secretos, dijo que la presidenta estaba «aniquilando la separación de poderes», algo extraño porque el Congreso se limitaba a elegir a los integrantes de una comisión.

Batet le respondió dando por hecho que no podía pedirle que respetara la «educación parlamentaria», pero que al menos «podría haber tenido un mínimo de elegancia y no dirigirse precisamente a la única persona que no puede entrar en debate en el pleno del Congreso». Olona la escuchaba riéndose de ella, claro. Ya había colado el insulto a Batet y estaba encantada de la vida.

Sobre el asunto del que más se ha hablado estos días –el espionaje de decenas de políticos y activistas independentistas–, Olona tenía una opinión que quiso compartir con el hemiciclo. Ella no tendría ningún problema con que le espiaran a través de su teléfono móvil, porque «soy una política de orden que cumple la ley». No como otros.

Es el ‘algo habrá hecho’ que habrán escuchado muchas personas. Evidentemente, eso anula toda posibilidad de mantener la privacidad del ciudadano frente al poder del Estado. No te puedes quejar de que el Estado te vigile y si te quejas, con más razón te tienen que vigilar.

Las ganas de bronca y la vulgaridad no sólo no chirrían en el grupo parlamentario de Vox, sino que encajan perfectamente con el estilo de muchos de sus diputados. La capacidad de provocación de Olona está plenamente contrastada y sirve para apuntalar uno de los ejes básicos del discurso de Vox. Todos los demás son unos corruptos, unos globalistas, unos enemigos de la patria, por lo que sólo queda Vox para defender ciertas ideas. Los que no son la encarnación del mal –pongamos, los diputados del PP– sólo son unos cobardicas.

Lo curioso es que de vez en cuando a algunos representantes de la extrema derecha les gusta presumir de sus finos modales propios de la clase alta. En diciembre de 2020, Iván Espinosa de los Monteros estaba molesto por los ataques que recibían sus parlamentarios por otros grupos y se hizo el ofendido: «Nos comportamos con el debido decoro, empleamos el tono adecuado y portamos la vestimenta apropiada para la alta función para la que hemos sido elegidos, y mostramos la restricción y contención que ustedes son incapaces de mostrar a diario demostrando que no están capacitados para la función que han sido elegidos».

Si le dices a Macarena Olona que muestre algo de «restricción y contención», probablemente te arrancará la cabeza.

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