Los vinos de Can Ràfols dels Caus, la finca que luchó contra una cantera para preservar «lo invisible»

Si hay vinos que se identifican con la forma de ser de quien los elabora son los de Can Ràfols dels Caus y Carlos Esteva. Tienen su elegancia, su marcada sensibilidad y su carácter tímido y complejo.

Can Ràfols dels Caus es una de las fincas más atractivas del panorama vinícola español. Aunque administrativamente pertenece al Penedès y tienen esta Denominación de Origen, desde el punto de vista geográfico y climático es parte de El Garraf. Esta comarca catalana delimita al este con el Baix Llobregat, al norte con el Alt Penedès, al sur con el Baix Penedès y al este con el mar Mediterráneo. 

Es una zona llena de relieves bajos, picos redondeados, valles profundos y escarpados y paredes rocosas de color gris-blanquecino, muy diferente del vecino Penedès. Desde la carretera que une Vilafranca del Penedès con Barcelona se ve perfectamente la falla que origina El Garraf y las diferencias de suelo entre uno y otro sitio. Algunas colinas llegan hasta los 500 metros de altitud, con pendientes del 30 o incluso el 50%.

Hay ya informaciones sobre la finca en el año 992 y se puede acreditar que en 1478 ya pertenecía a la familia Caus. Está atravesada por la vía romana narbonense, que venía de la costa atravesando las montañas de El Garraf para unirse después a la vía Augusta. Presidiendo la finca está una preciosa masía, que Carlos Esteva ha restaurado con elegancia y mimo. Los orígenes de la casa datan del siglo XV y las piedras de los arcos del edificio llevan la fecha de 1634. El escudo de la casa anuncia la que ha sido su historia, pues contiene un arado, una azada y la falqueta, herramienta que se usa para cortar las uvas en la vendimia. 

La masía fue habitada por la familia Ràfols hasta principios del siglo XX. En 1930 Jacinto Esteva, abuelo de Carlos, compra la propiedad a la que solía acudir en verano. En 1979 Carlos Esteva decide vivir en la finca y, tras comprar la parte de sus hermanos, empieza la rehabilitación de las casas que estaban casi en ruinas. Tras estudiar las mejores parcelas, planta nuevos viñedos. 

La finca original tenía 480 hectáreas, a las que hay que sumar las 250 de la parcela cercana que Carlos Esteva compra en 2004 para evitar que en ella se construyese una cantera que destrozaría el equilibrio vegetal de la zona. Carlos encabezó un movimiento vecinal contra la cantera y, a pesar de las numerosas protestas, ayuntamiento y Generalitat siguieron adelante con el disparatado proyecto. Para evitar su construcción Carlos Esteva acudió al derecho de tanteo y retracto que como colindante tenía y compró la finca, salvando a la zona de ese desastre medioambiental. 

Todo el cultivo es de secano, sin ningún aporte de agua. El cultivo es además biológico. Los escasos abonos que se hacen, y únicamente en casos de necesidad, son orgánicos. Se deja en la viña la hierba para fomentar la competencia hídrica y favorecer la presencia de gusanos, insectos y demás fauna. La poda es corta y se hace una poda en verde a finales de primavera y un despampanado a finales de verano. El 25% del viñedo está en vaso y el resto en emparrado alto, con el fin de exponer la máxima superficie foliar al sol.

Carlos Esteva, propietario y pensador al milímetro de la finca, lo resume con facilidad: “Para hacer un gran vino se necesitan buenas uvas, sabiduría y gracia. Mi filosofía del vino es la filosofía de lo evidente: las cosas son como son. No buscamos la máxima madurez fisiológica, ni forzamos maduraciones polifenólicas, ni de azúcares, queremos vendimiar racimos equilibrados. Un gran vino expresa siempre, además de su terruño, también la individualidad de su hacedor. Lo cual, naturalmente, no es válido para los vinos elaborados pensando en los beneficios. La auténtica calidad de un vino se manifiesta en el efecto diferenciado que suscita. Los vinos excepcionales tienen ese algo que va mucho más allá de lo que somos capaces de percibir con los ojos, la nariz y el paladar. Hay que luchar por lo invisible.”

El estilo personal que Carlos Esteva da a sus vinos parte del respeto a las características de las uvas y de los terrenos de los que provienen. Huye de las modas fáciles y busca la mejor expresión de sus «terroir». Todo se hace de forma artesanal, disfrutando de cada momento, con cariño y respeto. 

El viñedo ocupa 90 hectáreas en las que hay plantadas 28 variedades de uva diferentes, aunque algunas con carácter casi experimental. La parcela de viñedo más grande es de 2 hectáreas y la más pequeña de 0,15.

La flora es muy diversa, llena de arbustos bajos, con romero, tomillo, enebro, brezo, jara, poleo, té de roca o mejorana. También hay margalló (palmito), encinas y robles. Los olivos, los almendros y los viñedos se abren paso entre bosques de matorrales y árboles.

Las colinas que rodean al viñedo le hacen gozar de un microclima muy especial y le protegen de los granizos que vienen del puerto del Ordal y del prelitoral.

El efecto del cercano mar, está apenas a 15 kilómetros y se ve desde los viñedos más altos como La Calma o El Rocallís, se nota en las brisas marinas que soplan sobre todo a partir del mediodía, que refrescan y aportan humedad. Las lluvias son escasas, unos 350 litros, y se centran en la primavera y el otoño.

En el periodo de maduración de la uva hay oscilaciones térmicas de hasta 24ºC, pasando de los 38ºC de las horas más calurosas a los 14ºC de la noche.

Los suelos están formados por calizas dolomías asentadas sobre un subsuelo de rocas dolomías y arcillas blancas, azules y rosas. Es un suelo muy poco profundo, de unos 40 centímetros, y con contenidos de cal activa de hasta un 40%. Debido al origen marino es fácil encontrar diferentes tipos de fósiles, que proporcionan una gran riqueza en oligoelementos y minerales absorbibles por la planta.

Deja una respuesta