Tres trucos caseros para saber si un huevo es fresco o no

Abrimos la nevera, buscamos en la puerta y encontramos un par o tres de huevos. Irán de perlas para hacer una tortilla, una cena rápida ideal para un día sin ganas de cocinar. Pero surge un problema: no recordamos muy bien cuánto tiempo llevan ahí estos huevos. Quizás una semana, incluso dos o más. Es evidente que, con el tiempo, la calidad de un huevo empieza a disminuir. 

Este alimento se considera fresco hasta los 28 días después de la puesta, pero siempre y cuando se haya conservado bien, es decir, que no haya sufrido cambios térmicos bruscos y que se haya puesto en la nevera inmediatamente después de la compra. Tras los 28 días mencionados, es posible que pierdan frescura y también parte de sus cualidades, como la de emulsionarse para hacer mayonesa casera.

Por tanto, y si queremos que nos duren un poco más, es aconsejable tener en cuenta dos premisas a la hora de comprar:

La calidad de un huevo se mide sobre todo por su frescura. Esta viene determinada sobre todo por el tiempo que pasa entre la puesta y el consumo, y también por las condiciones de conservación, como ya hemos dicho. Pero si queremos saber si un huevo es más o menos fresco, podemos recurrir a tres simples trucos caseros:

Atributos como el color de la cáscara o el tamaño (no todos los huevos son igual de grandes) no son atributos propiamente de la calidad, aunque a menudo se asocian de manera errónea a la calidad. Se trata más bien de factores que dependen más de los gustos y preferencias de cada consumidor. De ahí que el mercado ofrezca una amplia variedad de huevos.

El tamaño del huevo no depende de la alimentación de la gallina; este es más o menos grande en función de la edad de la gallina. Cuanto mayor sea la gallina, más grande será también el huevo; cuanto más joven, el huevo será más pequeño. Una de las principales diferencias entre ambos es que los huevos grandes pueden tener la cáscara más frágil y, por tanto, con un mayor riesgo de romperse. 

El color de la cáscara tampoco es un indicador de la calidad, ni gusto, ni valor nutricional. No son distintos, solo varía la pigmentación de la cáscara, el resto es igual. La cáscara puede ser de color blanco o castaño claro, según la variedad de la gallina ponedora.

De forma también errónea se llegó a considerar los huevos marrones como más nutritivos que los blancos. Pero esto no es así; que sea de un color u otro depende de la raza de la gallina, por tanto, ya está determinado genéticamente.

Las gallinas de color marrón ponen huevos marrones y las blancas, huevos blancos. A rasgos generales, esto tiene cierta lógica. Otros factores como la dieta de la gallina, el estrés o la temperatura pueden afectar a la tonalidad o la homogeneidad del color.

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